La semana pasada se cumplieron 15 años desde que el escritor nigeriano Ken Saro-Wiwa fue ejecutado junto a otros ocho activistas por el gobierno militar de la época, acusados de un crimen que nunca cometieron. Saro-Wiwa y otros miembros de la tribu Ogoni de ese país protestaron contra la política poco transparente que la gigante petrolera Shell llevaba a cabo, al parecer coludida con el dictador de turno. Aunque Shell nunca admitió responsabilidad alguna en la condena de sus pacíficos opositores, 1995 se transformó en su annus horribilis, con vigilias y demostraciones que sepultaron – si es que alguna vez la tuvo – su reputación de honestidad y juego limpio. Hoy han salido a la luz nuevos documentos que muestran cómo la compañía después del episodio se concentró no tanto en limpiar los pozos de agua contaminada en tierra Ogoni, cuanto en lavar su imagen. Para ello, su equipo de relaciones públicas construyó una estrategia que fue desde formar “vínculos duraderos” con editores de agencias y medios hasta construir colegios en las aldeas afectadas. (Junto a las canchas de fútbol, éstos parecen ser un clásico de las multinacionales que buscan comprar conciencias locales a precio de costo).
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